Necrópolis Paleocristiana de Tarragona

La Necrópolis Paleocristiana de Tarragona es uno de los cementerios tardorromanos (siglos III-V dC) mejor conocidos y conservados del imperio romano. Su visita nos sumerge en el sugerente mundo de la muerte (y también de la vida) hace unos 1.500 años en Tarraco.

A través de la arqueología, podemos conocer a la gente que vivió en la antigua ciudad de Tarraco. ¿Cómo se llamaban? ¿Qué oficio tenían? ¿Cuántos años vivieron? ¿Cuáles eran sus creencias? En definitiva, una puerta abierta para entender cómo era la vida en época romana.

En 1923, los trabajos de construcción de la fábrica de tabacos sacaron a la luz restos arqueológicos relacionados, principalmente, con una extensa necrópolis (con más de 2.000 enterramientos documentados) formada a lo largo de los siglos III-V dC a la orilla del río Francolí.

La mayor parte de las excavaciones arqueológicas fueron dirigidas por Mossèn Joan Serra i Vilaró, un arqueólogo que destacó tanto por su rigor científico y documental como por la firme voluntad de preservar y mostrar una parte de los restos con la construcción de un museo monográfico (1930) dedicado a explicar la Necrópolis Paleocristiana de Tarragona.

Actualmente, casi noventa años después, aún se puede contemplar una parte de la necrópolis y algunas de las piezas más destacadas, como la lauda sepulcral de Òptim o el sarcófago de los Leones. En el Centro de Interpretación se ofrece al visitante información sobre el mundo de la muerte en época romana y tardorromana en Tarraco.

A principios del siglo III dC, alguien que saliera de Tarraco hacia el sur por la Vía Augusta se encontraba con un denso suburbio que se extendía entre el núcleo amurallado, el puerto y el río (el Tulcis de los romanos). Almacenes y otros equipamientos portuarios se mezclaban con casas suburbanas y talleres de producción artesanal.

Entre todo este bullicio, a ambos lados de la Vía Augusta y otras vías principales, se disponían gran cantidad de enterramientos. A veces un pequeño túmulo señalaba el lugar donde estaban los restos del difunto, pero, en otras ocasiones, se trataba de grandes mausoleos y monumentos funerarios que servían a las familias de los difuntos para mostrar su magnificencia.

Se cree que en el año 259 dC podrían haberse depositado en la zona más cercana al río los restos mortales del obispo Fructuoso y de sus diáconos Augurio y Eulogio. A partir de ese momento, este lugar se convirtió en un gran cementerio para la creciente comunidad cristiana de Tarraco.

Esta expresión poética aparece en muchos epitafios romanos. Expresaba el deseo de que el peso de la tierra que cubre el cuerpo no impidiera que el alma del difunto emprendiera el viaje hacia el más allá.

Los romanos creían que el difunto debía recibir los ritos funerarios necesarios para que los dioses manes (espíritus de los antepasados) lo acogieran entre ellos, si no, su alma estaría condenada a vagar eternamente tomando la forma de un fantasma maligno. Así, después de las ceremonias preparatorias, el cadáver se conducía en procesión hacia el lugar de reposo, situado fuera de la muralla y a la orilla de vías y caminos.

Una vez enterrado el cuerpo, se celebraba el banquete fúnebre junto a la tumba. Los enterramientos cubiertos en forma de mesa (mensa) que encontramos en la Necrópolis Paleocristiana de Tarragona responden a esta dinámica. Los cristianos adoptaron una práctica funeraria y unos costumbres similares, aunque, con el tiempo, les dieron un sentido y significación diferentes.

A partir de finales del siglo II dC, los romanos preferían la inhumación antes que la incineración, una práctica que, hasta entonces, había sido la más extendida. El lugar y la forma del enterramiento variaba en función, principalmente, de la posición social y económica del difunto: desde una simple fosa excavada en tierra hasta un suntuoso mausoleo con cripta funeraria.

Durante las excavaciones de la necrópolis se localizaron dos criptas, la de los Arcos y la de los Ingenieros, esta última, incluida en el circuito de la visita.

En el caso de las fosas, se podían utilizar ataúdes hechos de materiales diversos como la madera, la piedra, el plomo, las tejas o ánforas recortadas. Encima, un túmulo más o menos elaborado indicaba la posición de la tumba y se formaban, a veces, agrupaciones de carácter principalmente familiar.

Los que eran enterrados en el interior de mausoleos e iglesias lo hacían dentro de sarcófagos decorados o bajo laudas sepulcrales hechas con mármoles de calidad o con mosaico. También se han encontrado diversas esculturas que debían formar parte de diversos monumentos funerarios. La muerte también era una manera de mostrar el estatus y el poder de los vivos. Generalmente, sólo se acompañaba al difunto con la ropa que le hacía de mortaja. Sólo excepcionalmente podemos encontrar objetos relacionados con la vida del difunto. En la Necrópolis Paleocristiana de Tarragona tenemos el caso de una niña de unos cinco años de edad que fue enterrada con una muñeca hecha de marfil, una pieza extraordinaria que debía convertirse en un juguete para la eternidad.

"La inocente Martúria vivió cuatro años. Se marchó el año del primer consulado de Eugenio Augusto. Martúria, que vivas con los bienaventurados"

Este es el epitafio de Martúria, una niña que fue enterrada en la Necrópolis Paleocristiana de Tarragona en el año 393 dC. De familia cristiana, la muerte la sorprendió muy pequeña, quién sabe si a causa de una enfermedad incurable o un accidente.

Es una de las personas que conocemos por su nombre gracias a los epitafios que acompañaban a los muertos. A través de estos textos sabemos que se llamaban Lucio, Martúria, Óptimo, Ampelio o Fabia, y que eran soldados, joyeros, políticos o arquitectos. Sabemos que algunos vivieron muy poco, pero que otros llegaron hasta los noventa años. Sabemos que unos eran paganos y que otros aspiraban a vivir eternamente al lado de Cristo. Sabemos que había gente nacida en Tàrraco, pero otros procedían del interior de Hispania o de lugares tan alejados como Grecia o Egipto.

Sus restos también nos dan información de sus vidas. A partir de los huesos, los estudios de antropología física nos permiten saber qué enfermedades tenían, qué comían, cuál era su esperanza de vida o su altura. Así, sabemos que la altura media de los habitantes de Tarraco era de 1,65m para los hombres y de 1,54m para las mujeres.

El viernes 21 de enero del año 259 dC, por orden del gobernador provincial Emilio, morían quemados en la arena del anfiteatro el obispo de Tarraco Fructuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio.

Sus restos se recogieron y trasladaron al cementerio principal de la ciudad, situado junto al río Francolí. Su presencia debía incentivar el deseo de la comunidad cristiana de Tarraco por reposar junto a la tumba de los santos (tumulatio ad sanctos).

A inicios del siglo V, con el cristianismo como religión oficial del imperio romano, se erigió una basílica dedicada a la memoria de los santos alrededor del lugar del enterramiento. Más al norte, y en esta misma época, se construyó otra basílica y se configuró un complejo eclesiástico destacado que perduró hasta el siglo VII.

El pez, la paloma, la cruz, la palma, el crismón o el cordero son símbolos cristianos que encontramos presentes en diversos enterramientos de la Necrópolis Paleocristiana de Tarragona y que testimonian la presencia de una comunidad cristiana en Tarraco.

Cerrado los días: 25 y 26 de diciembre, 1 de enero y 1 de mayo

Festivos locales: 19 de agosto (Sant Magí) y 23 de septiembre (Santa Tecla) el centro abre de 10 a 14h. Entrada gratuita.

Última visita: 15’ visita individual/ 30’ visita grupos

(*) El precio de la entrada incluye la visita al Tinglado 4 (exposición TARRACO/MNAT).

Tarifa conjunta que incluye la visita a las siguientes sedes: Tinglado 4, Museo y Necrópolis Paleocristianos de Tarragona, Villa romana de los Munts y al Conjunto monumental de Centcelles.

Precio: 5 € por persona. Menores de 5 años (gratuito)

Precio: 70 € por grupo (de martes a viernes) / 85 € por grupo (fines de semana y festivos)

Al precio de la visita hay que sumarle el de la entrada al centro.

Información y reservas: 977 25 15 15 / mnat@gencat.cat

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